Esto es el infierno | Gwendolyn McCamon

Serían cerca de las seis de la tarde, Winter estaba plantada delante de una de las ventanas del pasillo de los dormitorios, había salido del suyo, harta de estar tumbada y encerrada bajo esas cuatro paredes. Aquello era un infierno. A penas llevaba varios días y sólo conocía los lugares básicos, si no fuera por tanta vigilancia posiblemente ya se habría molestado en explorar un poco, era un culo inquieto y no cabía duda.

Fuera de la ventana observaba un cielo azul cubierto de nubes, a pesar de que parecía un apetecible día, fuera debía hacer un frío invernal, "las apariencias engañan" pensó para sí misma, era algo que había descubierto con el tiempo. Echaba de menos Chicago, allí nada era lo que parecía pero ella ya se había acostumbrado.

Sus piernas empezaron a quejarse pues debía llevar bastante rato de pie sin moverse. Se dio la vuelta, miró hacia ambos lados del pasillo, uno daba al edificio central y el otro a los baños. No tenía ganas de salir fuera y además el camino era más largo hasta allí así que maldijo por lo bajo en noruego y empezó a caminar hacia los baños. Una cosa que siempre le había encantado era saber un idioma que pocos entendían, le permitía soltar lo que quisiera en el momento que quisiera sin que nadie supiera lo que decía, servía bastante bien para insultar a alguien a su cara sin buscarse problemas que no quería, lo cual es un acto relajador.

Abrió la puerta de los baños sin cuidado alguno lo cual hizo que se llevara una reprochadora mirada de una de las vigilantes, le devolvió la sonrisa en un tono burlón y cerró la puerta rápidamente tras de sí. Caminó hasta ponerse frente al ancho espejo y miró su reflejo en él. -Vaya pelos. -susurró, se peinó el pelo con las manos y lo echó hacia atrás formando una coleta a media altura la cual ató con un coletero. Abrió uno de los grifos y puso las manos debajo en forma de cuenco, dejó que se llenaran y vaciaran varias veces para sentir el agua fría en sus manos. Cerró un poco el grifo para que saliera menos agua y repitió el cuenco con las manos, esta vez se echó con cuidado el agua en la cama. Se secó un poco con el antebrazo. Resopló mirando hacia la puerta. No quería salir. Se dio la vuelta, apoyó las manos en el frío mármol y se impulsó para sentarse en el hueco que quedaba entre los grifos.